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Juego y salud emocional
- septiembre 5, 2025
- Publicado por: Consultora Monica Dreyer
- Categoría: Columna semanal

En medio del ritmo acelerado de la vida diaria, el juego se presenta como un verdadero antídoto contra el estrés. No hace falta receta: la diversión activa la dopamina, la llamada “hormona de la felicidad”, y nos reconecta con lo esencial.
Eugenia Salinas, @transformar.jugando, maestra jardinera, se especializo en juego y en educación emocional, diseña propuestas de juego para familias, espacios públicos y privados. Su objetivo es que grandes y chicos se reencuentren a través del juego. Entre las responsabilidades, el trabajo y las cuentas por pagar, uno no se permite detenerse. Y encontrar tiempo para jugar con los hijos también se vuelve difícil. Por eso Euge Salinas crea momentos especiales, como tardes de juegos de mesa intergeneracionales o salas de escape adaptadas, donde hasta los padres terminan buscando pistas más entusiasmados que los chicos.
Los beneficios del juego son múltiples. En lo cognitivo, mejora la memoria, la concentración, la creatividad y la capacidad de tomar decisiones.
En lo físico, estimula el movimiento y la coordinación.
En lo emocional y social, fortalece vínculos, enseña a manejar emociones y fomenta la cooperación.
Los psicólogos decimos que un niño que juega es un niño sano. El juego tiene un gran valor simbólico, pues se basa en el ‘como si’. Cuando los niños —y también los adultos que juegan con ellos— fingen ser doctores, cajeras, perritos, etc., están imitando el mundo para poder comprenderlo y transformarlo.
Ese “círculo mágico” del juego nos permite salir del tiempo real y entrar en otro, donde todo es posible y todo está bien.
El juego también es importante en los adultos. Un truco entre amigos o cualquier otro juego, compartir el momento, reír, contar anécdotas… es salud emocional.
El juego no es solo cosa de niños: es una forma de entrenar la felicidad.
Jugar no es perder el tiempo: es recuperarlo. Es conectar con otros y con uno mismo. Es compartir una risa, una mirada, un momento que queda en la memoria. Porque cuando jugamos, no solo nos divertimos: también sanamos. El mundo se detiene un ratito… y el corazón respira.
El juego es una forma sencilla —y poderosa— de cuidar el cuerpo, la mente y el corazón.